Horst Matthai, como
buen idealista alemán que piensa que el mundo es un disfraz de la conciencia,
decidió que si el mundo era mental, no había que dejar de pensar y pensar. La
mayor parte de su tiempo la pasaba pensando que era el “tiempo primordial”, el
concepto central de todas las discusiones.
Cuando antes o después de clases yo le pedía
me contara su vida, Matthai prefería ponerse a pensar en voz alta sobre algún
concepto aparentemente desconectado con mi petición y del mundo concreto, como
si no me hubiera escuchado. De hecho, no me escuchaba. Una de sus tesis
predilectas consistía en afirmar que la comunicación no existe, pues cada quien
habla en un mundo donde todos los objetos y todos los seres son replicas
secretas. Matthai no aceptaba contar su vida si no cuando servía de guion para
una demostración de una idea metafísica. Pero como siempre hablaba de
metafísica, conocemos algunas anécdotas biográficas.
Cuando en 1996 escribí un ensayo biográfico
sobre Matthai, me sentí culpable por un tiempo, invalido por la sospecha de que
había traicionado su confianza y sus ideas. Pero cuando Matthai lo leyó se
sintió halagado, aunque también era obvio que desde entonces era más renuente a
hablar de su vida ante mí. Un día me dijo: “Si piensa escribir una segunda
parte a su ensayo, concéntrese mas en las ideas. Los hechos no existen, son
sombras. Mejor hable de las ideas que producen la ilusión de la materia y la
convivencia”. Espero que en este nuevo texto-algo-bibliográfico no caiga en la
tentación de contar su vida y fechas en detrimento de su obra y filosofía.
Horst Matthai nació en Hannover, Alemania, en
1912. Emigro a México en la década de los treinta debido a la crisis alemana y
el “hartazgo de la nublada Europa”. Unos años después estudio filosofía en la
UNAM . Luego, comprendiendo que para escribir los libros que ya proyectaba
necesitaba un patrimonio que asegurara el bienestar económico de su familia, se
volvió un businessman. Una vez que acumulo dinero suficiente dejo que sus
negocios quebraran (la crianza de pollos fríos, una empresa textil y ventas de
diverso tipo). “Tan pronto reuní lo suficiente para tener ahorros que me
permitieran sentirme seguro de emergencias imprevistas, deje que el negocio se
acabara por si solo, desatendiéndolo gradualmente. De esa manera pude dedicarme a filosofar”.
Fue hasta después de llegar a Tijuana desde la ciudad de México, a mitad de los
años ochenta, cuando empezó a dar clases en la entonces reciente Escuela de
Humanidades, de la Universidad Autónoma de Baja California, en 1986. (Antes
había dado clases también en la ciudad de Tijuana en instituciones educativas
como el Cetys, la Universidad Iberoamericana y en algunas preparatorias) Al
poco tiempo fue nombrado coordinador de la carrera de filosofía.
A pesar de que la reacción general ante
Matthai era la admiración, también solían surgir desconfianzas o rencores. En
los días tempranos de la Escuela de Humanidades, por ejemplo, huno un
catedrático de historia que hizo correr el rumor de que el probaría que Matthai
era un nazi. Lo mismo propagarían algunos estudiantes marxistas, y ya lo mismo
se había dicho en sus días en la UNAM. Felipe Lee, uno de los maestros más
notables de la Escuela de Humanidades, encargado generalmente de las materias
estética o Wittgenstein, escribe de el después de la primera sesión del primer
y único seminario que tuvo con Matthai: “Tiene ideas que a la primera suenan
fascistoides, pero no es tan simple. ¿Será como el caso de Heidegger?
Horst Matthai fue siempre una presencia tan
entusiasta como polémica en la universidad; es evidente que esto sucedió por su
filiación a buena parte de la filosofía alemana desde Leibniz, pasando por
Kant, el joven Hegel, Stirner, Nietzsche, Husserl y Heidegger. Además, sus
investigaciones no eran inocentes propuestas políticas: tanto su obra de especulación
como sus abundantes re traducciones y reinterpretaciones de los filósofos
griegos arcaicos, iban destinadas a fundamentar una filosofía del
individualismo: el anarquismo. Matthai, para muchos de sus discípulos, colegas,
detractores, y conocidos, fue el gran “anarco” en la Tijuana de finales del
siglo XX. Si a esto sumamos su desprecio por la mayoría de los intelectuales
locales, comprenderemos porque Horst Matthai sigue siendo para muchos
fronterizos una leyenda más que una obra auténtica.
A pesar de esta fama como maestro y autor
heteróclito, Matthai siempre buscó pasar más bien inadvertido y creo que
disimuló muy bien su condición de enemigo de la sociedad y “pervertidor de la
juventud”. Durante la última década de su vida, la frecuencia de sus clases, su
asistencia a diversos congresos y a publicación de sus libros, pero sobre todo
su callada labor de investigación y redacción, ayudaron a que Matthai
finalizará cuatro obras de su serie “Pensar y Ser. Una síntesis prometedora del
pensar presocrático y la filosofía hegeliana” Desafortunadamente, Matthai, como
buen hombre del siglo XX, murió el día 27 de diciembre de 1999, dejando
incompleta una serie. Ello, sin embargo no dejó incompleta su filosofía, que ya
estaba terminada desde la publicación del Ensayo para una fenomenología
metafísica. Los libros restantes (aquellos que ahondarían sobre los atomistas
de Abdera, el pluralismo de Anaxágoras y la dialéctica de Hegel) únicamente
aportarían más pruebas a favor de su reinterpretación de una parte de la
filosofía occidental y de su metafísica, ya formada enteramente desde su
Ensayo.
Como filosofo-maestro que era
primordialmente, su preocupación principal durante los días anteriores a su
muerte física fue que se le permitiera seguir dando clases; de hecho, tenía
pesadillas al respecto Pocos días antes de que falleciera, tuvimos que
convencer al coordinador de filosofía para que fuera personalmente al hospital
y asegurarle a Matthai que a pesar de su enfermedad conservaría sus clases de
metafísica. Como el Talmud, Matthai creía que una persona que conoce la
enseñanza y no la ensena es como “mirto plantado en el desierto” (Rosh ha shana
23ª). La filosofía no se adquiere, se transmite. Filosofamos en tanto
contagiamos a otros, no antes. La generosidad de Matthai como maestro (nunca se
impacientaba explicando las teorías más completas) se debía a que, nuevamente,
estaba convencido de que hablaba a un salón repleto de réplicas suyas. “Matthai
es muy bruto, por eso explico despacio”, o “a ver si de todos los Horst que hay
aquí, aunque sea uno entiende y luego me lo explica”. Creo que en este mismo
espíritu d enseñanza paciente fueron escritos sus libros y, sobre todo, sus
textos más breves destinados a revistas o lecturas. Pero cuando Matthai era
divulgativo no dejaba de ser complejo, tal como cuando era complejo no dejaba
de ser divulgativo. El procuraba una filosofía difícil, esa es probablemente la
primera dificultad con la que tendrá que enfrentarse el lector de sus
artículos, ponencias o notas sueltas. Sin embargo, hay un indudable propósito
educativo en toda su obra, aunque el siempre negaba la posibilidad de que la
universidad o los libros pudieran “educar” a los individuos. (Como Kenneth
Rexroth, otro furioso escritor anarquista, Horst Matthai sostenía que las
universidades eran el lugar menos propicio para pensar). Pero a pesar de sus
sonantes abjuraciones de la educación, en Matthai encontramos un pensar
enamorado del hecho de hacer que los otros piensen.
Frente a Matthai se tenían los monólogos más
enriquecedores que uno pudo haber escuchado. Al contrario de los otros hombres,
ante Matthai dialogar era una manera de empobrecerse la conversación. Lo mejor
era escucharlo pensar en voz alta frente a nosotros. Esta circunstancia se
debió no solo a que Matthai no tuvo dignos interlocutores sino que, además, su
personalidad era impermeable a la comunicación con los demás. No es una
casualidad que su metafísica tenga como uno de sus principios la “no
mutualidad”; esa era una característica de su desenvolvimiento en el planeta.
Matthai era a la vez amable y hosco. Baste esta polaroid.
Una tarde encuentro a Matthai afuera de un
salón de clases en un segundo piso. Estaba mirando detenidamente una cancha
cercana, donde dos equipos jugaban futbol. Cuando me le acerque me dijo: “Los
griegos hacían deporte porque sabían que tenían una mente que tenían que
recubrir con un cuerpo hermoso, pero estos ¡estupidos! ¡¿para qué hacen
deporte?!”. Matthai solía ser tan severo como paciente. No culpo a quienes los
desconcertaba su personalidad: Matthai solía ser inexplicable y a veces daba
otro sentido a los acontecimientos cotidianos. El mismo desprecio que tenía
hacia la “humanidad” lo llevaba a buscar la conversación con algún estudiante
(mujer, preferentemente) que veía pasando a solas. He podido comprobar como
esos encuentros, a veces únicos, siempre resultaban inolvidables. Me ha
sucedido que en un restaurante o una cantina, en una conversación común o en
una lectura, menciono el nombre de Matthai y luego un desconocido se acerca con
los ojos brillando: ”Una vez ese señor me dijo algo que nunca se me ha
olvidado…”. Debemos considerar esta dimensión de Matthai: además de ser un
autor notable, era un sabio mundano en toda la extensión de este título.
Despues de conocerlo uno sabía que estaba frente a un individuo fuera de lo
común.
Aunque cada texto de Matthai es su propio
contexto global, valdría la pena quizá recordar que cada uno de ellos debe ser
leído dentro de su esfuerzo por retornar a una filosofía que postula que: a) el mundo es un fenómeno individual,
es decir, que la neuromentalidad (la conciencia), al percibir la energía
atómica que constituye al universo, le da a esta forma de objetos y que, por lo
tanto, el mundo exterior es una apariencia producida por el mundo interior de
cada individuo. Si no hubiera una mente percibiendo al mundo, éste sería una mera danza vibrátil de campos de
energía informes. Todo lo que vemos somos nosotros mismos, literalmente. Esto
ya lo habían afirmado las filosofías orientales antiguas y el idealismo
occidental y ahora lo sugiere incluso la física teórica; b) hay instituciones y
corrientes históricas que se oponen, en el presente, a que el conocimiento de
que el mundo es un fenómeno individual sea aplicado a la práctica. Esos agentes
son la iglesia, la ciencia, los Estados y la filosofía occidental cuando se ha
supeditado a estas tres fuerzas, lo cual ha ocurrido muy frecuentemente; y c)
cobrar conciencia de que el mundo es un fenómeno individual y de que hay
fuerzas históricas que rechazan y ocultan esta sabiduría, implica hacerse
responsable del mundo, el pensar y el lenguaje. Si el individuo le da forma al
mundo, el es esos objetos los otros y el universo entero, por lo tanto, tiene
que rebelarse contra las fuerzas que lo quieren convencer de que el solamente
es parte del mundo, no el mundo entero. Cobrar esta conciencia es actuar o
filosofar en pos del futuro anarquismo, después del colapso que necesariamente
traerán los procesos de la macrotecnologia ecofobica, la opresión de los
pueblos y la globalización económica. Este anarquismo según una de las pautas
del pensamiento de Matthai, seria protagonizado por las mujeres, quienes son
las únicas guías auténticas de la vida. Vemos pues, que lejos de ser un
pensamiento académico o inofensivo, la filosofía de Matthai sirve de sus
traducciones, filologías y puntos de vista para llegar a una filosofía que
busca hacer una crítica radical de la religión judeocristiana, la ciencia
moderna y los gobiernos de principios del tercer milenio. Sin duda alguna,
Matthai era un controvertido metafísico feminista-anarquista.
Aunque sus obras principales, a saber, Ensayo
de una fenomenología metafísica (UABC,1995) Y Heráclito el obscuro (UABC,1987),
en las cuales profundiza en su propia especulación y en sus aportaciones a la
filosofía griega y europea, son sus dos obras maestras, también son relevantes
algunos de sus textos sueltos, entre los que habría que destacar: “El tiempo en
la filosofía griega arcaica y en las culturas indígenas americanas” (1992), en
el que expone algunos avances de su investigación del tiempo en las
cosmovisiones antiguas; “Filosofía y literatura” (1994), que sirve como texto
básico de su defensa de la oralidad como vehículo supremo del pensar y de la
escritura como forma de decadencia; “Amerasia. Una reflexión filosófica”
(1995), en el que exploro algunas de las corrientes de la filosofía oriental y
su pertinencia como paradigma para la neo metafísica en Occidente; esta
monografía bien podría tratarse de un manifiesto filosófico. No hay que
rezagar, tampoco, que la obra de Matthai es una fundamentación para una
religión del tiempo (religión en su sentido profundo: religación; su teoría
busca religarnos, re-unirnos con la experiencia del tiempo primordial).
También es de gran interés un escrito más
especializado: “ ¿Son compartibles el concepto de paidea de lo absoluto?”
(1997), su disertación sobre el filosófema del absoluto en la filosofía
reciente, especialmente en la del fenomenólogo, Husserl, aunque ahí mismo
aprovecha para hacer algunas críticas pertinentes a varios sistemas
filosóficos. Asimismo, creo que es destacable la obra oral de Matthai, donde
comúnmente superaba su estilo escrito y explicaba más cabalmente sus conceptos.
No es impertinente, por eso, incluir en esta edición de sus textos de
divulgación una recopilación de algunos de sus frecuentes ocurrencias y
aforismos orales, anotados durante el periodo 1995-1996.
En muchos de estos textos cortos se
encontraran micro investigaciones sobre el sentido de ciertas palabras.
Siguiendo una parte importante de los metafísicos y poetas del siglo XX,
Matthai tenía como tesis fundamental la decadencia del lenguaje y las lenguas:
su pérdida de sentidos, su frivolización. Pero Horst Matthai veía una salida a
ese desgaste y una de esas soluciones
era la recuperación de significados primordiales de las palabras. Así, en
varios de sus artículos sueltos se ofrecen esas clarificaciones filológicas. El
lector debe estar especialmente atento a ellas, ya que en el sentido que Matthai
da a ciertas palabras está la clave de todo ese artículo y de toda su
filosofía. Cuando Matthai aclara un término, no se trata de una curiosidad, de
una “minucia del lenguaje”, sino de una clave esencial. Precisamente porque
cada uno de esos vocablos contiene la sabiduría antigua (aquella que hablaba de
un tiempo primordial, la infinitud de los mundos, el individualismo) es que
basta con que sepamos el sentido original de uno solo de esos vocablos claves
para recuperar la filosofía más poderosa. Basta que sepamos que significa
verdaderamente “relación”. “protreptica”, “existencia”, “individuo”,
“continuidad”, “praxis”, “absoluto”, “fenómeno”, para que ya sepamos y
recuperemos todo. Si Anaxágoras decía que todas las cosas están en casa una
(Matthai aprobaba fervorosamente esta tesis), podemos entonces, decir que en
cada palabra están todas las palabras, en cada significado están todos los
significados. Todo, pues, depende de no olvidar las palabras y significados
primeros para poder recuperar su totalidad.
Así, uno de los mejores reportes de lectura y
ejercicios mentales que podría hacer el lector que repase los artículos de
Matthai, seria elaborar un diccionario mínimo de palabras interpretadas por
Matthai, siguiendo así una praxis sana: aquella de estimar la obra de los
intelectuales por su capacidad efectiva de aclarar y redefinir ciertos
vocablos, y no por su talento para ejercer exitosamente el método de la
prolijidad aparatosa o la estética del descuido sistemático, tal como sucede en
la crítica, la literatura y la filosofía contemporánea. Toda obra es solamente
una colección de pormenores; por ellos, y no por otra cosa, son recordados los
libros y sus autores. De las historias de las filosofías del nos quedan un
puñado de anécdotas y conceptos; de los acervos de la literatura, un montoncito
de aforismos y versos. De Matthai, creo, nos quedaran ciertas retro acepciones
de vocablos, pequeñas citas que nos harán vislumbrar la enormidad de sus obras,
la complejidad de su cosmovisión. Pero, al final de cuentas, a cada lector le
toca elegir los recuerdos que tendrá de este o de cualquier otro libro. Lo
importante es recordar que el intelectual es primordialmente un intérprete; las
obras filosóficas o poéticas, desde un tratado hasta un haiku, valen por su cualidad
de hermenéuticas concretas.
Por este afán de volver al sentido de las
palabras esenciales –tanto en sus tratados como en sus artículos sueltos-,
queda muy claro que Matthai filosofa desde las palabras. Era un filósofo desde
el lenguaje. Cada vez que quiere avanzar en su reflexión retrocede a un sentido
antiguo, y cada vez que retrocede alza de nuevo el problema del sentido y la
interpretación. (Para el únicamente puede interpretar quien se ha vuelto a
espiritualizar). En un siglo que desconfió y acuso al lenguaje de desviar a la
filosofía, esto es una rareza. Pero precisamente porque Matthai filosofo desde
el lenguaje, es que volvió a la terca metafísica. Aquel que piensa desde las
palabras y filosofa desde el lenguaje, se convierte en un metafísico. Esto que
para los positivistas, ontólogos o analíticos (de los más rudimentarios a los
más presuntuosos) sería un error, para Matthai era la más alta virtud.
Filosofar desde los significados, ese es el significado de la filosofía. (Este
fue el contrapunto de Matthai a la filosofía del siglo XX: volver al lenguaje
para volver al sentido y la metafísica, aunque a esta filosofía la acusaron
precisamente de no estar decidiendo nada, de ser metafísica, de usar el
lenguaje a facor del sin sentido). Cualquier otra cosa es mera academizacion,
mera anemia del pensar. En esta vuelta desde el lenguaje hacia la metafísica,
Matthai fue profeta: en la filosofía del posmodernismo y sus secuelas, ya se
deja ver el regreso a la metafísica. Es inevitable: el siglo XXI volverá a la
filosofía especulativa, después del fracaso y desencanto de la filosofía
antimetafísica y procientifica de la modernidad y su climático apocalíptico
siglo XX.
En cada uno de sus escritos de divulgación,
Matthai repetía las ideas que fundamentaba más extensamente en sus libros.
Consecuente con la idea de que cada partícula contiene al universo entero,
escribía un artículo queriendo que fuera una síntesis adecuada de todo su
pensamiento, de ahí que leídos en conjunto muchos de estos artículos puedan parecer
repetitivos, pero ninguno de ellos puede ser acusado de monótono, académico o
sumiso. Las tesis y definiciones de Matthai vuelven periódicamente en sus
artículos porque cada uno fue concebido como unidad en sí mismo, como
exposición sintetizada de su filosofía total, y cuando había una repetición
explicita, se trataba de una insistencia sobre un descubrimiento que Matthai
consideraba esencial. Si sus artículos son leídos por un conocedor de la
historia de la filosofía, lo esperan algunos sobresaltos y disgustos. Si los
lee un principiando, podemos asegurarle que aprender a leer estos escritos
sueltos de Matthai es una de las mejores formas de introducirse en la telaraña
del pensar. Los dos tipos de lectores, sin embargo, tienen que leerlos despacio,
cuidadosamente, ya que en Matthai no hay enunciados diplomáticos o párrafos
inútiles. Horst Matthai evitaba esos rodeos, equipajes y retoricas académicas o
literarias que constituyen la burocracia de la actual escritura teórica.
Antes de dejar que el lector se enfrente
directamente con los escritos sueltos de Matthai, es relevante recordarle qe no
tenemos que aguardar a que un autor sobresaliente muera para que se le
reconozca. Lo que tenemos que esperar es que todos sus contemporáneos se
pudran. Lo que estorba a los grandes artistas es su propia generación. Tambien,
de paso, le estorban sus primeros lectores, sus primeros discípulos. Despues de
su muerte y con la re publicación de sus trabajos, estamos ante la posibilidad
de que las feneraciones venideras conozcan y revitalicen las ideas de ese
pensador apátrida que fue Horst Matthai Quelle.
Para casi todos sus adeptos y adversarios,
Matthai fue simplemente un profesor pintoresco, un viejo que a pesar de ser
simpático era alemán. Un anecdótico maestro de filosofía al que la UABC le
edito cuatro libros con una misma fea portada (cuatro libros, por cierto,
alejados de los temas trillados de las ciencias aparentemente sociales). El
hecho de que muy pocos se dieran cuenta de la importancia de Matthai como autor
y que significaba su obra, o es nada raro , por supuesto. También Lichtenberg
fue considerado sencillamente un profesor divertido y derivativo. Nadie es
profeta en su tierra (si no el profeta enterrado). Ese desprestigio e
indiferencia, por otra parte, no le preocupo a Matthai. En ese sentido, fue un
asumido intelectual periférico. En muchísimos monólogos suyos lo escuche
aceptar que aborrecía a la raza humana. Las siguientes palabras del inventor
del humor negro y enemigo de los científicos, Jonathan Swift, son válidas para
Matthai: “ Siempre he odiado a todas las naciones, todas las profesiones, todas
las comunidades, todo mi amor se dirige a individuos[…] detesto al animal
llamado hombre, pero amo profundamente a Juan, Pedro y Tomás”. Horst Matthai murió
poco antes de arribar el nuevo siglo y milenio al cual estaban dirigidos sus
pensamientos. Sus escritos apenas empiezan a cobrar vida. Por eso, su muerte no
debe preocuparnos, El verdadero problema es que sus alumnos, colegas y otros
animales que rodearon a Matthai siguen vivos. El problema no es que a los
grandes pensadores se les acabe la vida, si no que después de su muerte la
cosecha de imbéciles no tiene para cuando acabarse. Eso es lo preocupante.
Heriberto Yepez.
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