martes, 4 de abril de 2017

Los hechos no existen, son sombras; Biografia de Horst Matthai.

Horst Matthai, como buen idealista alemán que piensa que el mundo es un disfraz de la conciencia, decidió que si el mundo era mental, no había que dejar de pensar y pensar. La mayor parte de su tiempo la pasaba pensando que era el “tiempo primordial”, el concepto central de todas las discusiones.
 Cuando antes o después de clases yo le pedía me contara su vida, Matthai prefería ponerse a pensar en voz alta sobre algún concepto aparentemente desconectado con mi petición y del mundo concreto, como si no me hubiera escuchado. De hecho, no me escuchaba. Una de sus tesis predilectas consistía en afirmar que la comunicación no existe, pues cada quien habla en un mundo donde todos los objetos y todos los seres son replicas secretas. Matthai no aceptaba contar su vida si no cuando servía de guion para una demostración de una idea metafísica. Pero como siempre hablaba de metafísica, conocemos algunas anécdotas biográficas.
  Cuando en 1996 escribí un ensayo biográfico sobre Matthai, me sentí culpable por un tiempo, invalido por la sospecha de que había traicionado su confianza y sus ideas. Pero cuando Matthai lo leyó se sintió halagado, aunque también era obvio que desde entonces era más renuente a hablar de su vida ante mí. Un día me dijo: “Si piensa escribir una segunda parte a su ensayo, concéntrese mas en las ideas. Los hechos no existen, son sombras. Mejor hable de las ideas que producen la ilusión de la materia y la convivencia”. Espero que en este nuevo texto-algo-bibliográfico no caiga en la tentación de contar su vida y fechas en detrimento de su obra y filosofía.
  Horst Matthai nació en Hannover, Alemania, en 1912. Emigro a México en la década de los treinta debido a la crisis alemana y el “hartazgo de la nublada Europa”. Unos años después estudio filosofía en la UNAM . Luego, comprendiendo que para escribir los libros que ya proyectaba necesitaba un patrimonio que asegurara el bienestar económico de su familia, se volvió un businessman. Una vez que acumulo dinero suficiente dejo que sus negocios quebraran (la crianza de pollos fríos, una empresa textil y ventas de diverso tipo). “Tan pronto reuní lo suficiente para tener ahorros que me permitieran sentirme seguro de emergencias imprevistas, deje que el negocio se acabara por si solo, desatendiéndolo gradualmente.   De esa manera pude dedicarme a filosofar”. Fue hasta después de llegar a Tijuana desde la ciudad de México, a mitad de los años ochenta, cuando empezó a dar clases en la entonces reciente Escuela de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Baja California, en 1986. (Antes había dado clases también en la ciudad de Tijuana en instituciones educativas como el Cetys, la Universidad Iberoamericana y en algunas preparatorias) Al poco tiempo fue nombrado coordinador de la carrera de filosofía.
  A pesar de que la reacción general ante Matthai era la admiración, también solían surgir desconfianzas o rencores. En los días tempranos de la Escuela de Humanidades, por ejemplo, huno un catedrático de historia que hizo correr el rumor de que el probaría que Matthai era un nazi. Lo mismo propagarían algunos estudiantes marxistas, y ya lo mismo se había dicho en sus días en la UNAM. Felipe Lee, uno de los maestros más notables de la Escuela de Humanidades, encargado generalmente de las materias estética o Wittgenstein, escribe de el después de la primera sesión del primer y único seminario que tuvo con Matthai: “Tiene ideas que a la primera suenan fascistoides, pero no es tan simple. ¿Será como el caso de Heidegger?
  Horst Matthai fue siempre una presencia tan entusiasta como polémica en la universidad; es evidente que esto sucedió por su filiación a buena parte de la filosofía alemana desde Leibniz, pasando por Kant, el joven Hegel, Stirner, Nietzsche, Husserl y Heidegger. Además, sus investigaciones no eran inocentes propuestas políticas: tanto su obra de especulación como sus abundantes re traducciones y reinterpretaciones de los filósofos griegos arcaicos, iban destinadas a fundamentar una filosofía del individualismo: el anarquismo. Matthai, para muchos de sus discípulos, colegas, detractores, y conocidos, fue el gran “anarco” en la Tijuana de finales del siglo XX. Si a esto sumamos su desprecio por la mayoría de los intelectuales locales, comprenderemos porque Horst Matthai sigue siendo para muchos fronterizos una leyenda más que una obra auténtica.
  A pesar de esta fama como maestro y autor heteróclito, Matthai siempre buscó pasar más bien inadvertido y creo que disimuló muy bien su condición de enemigo de la sociedad y “pervertidor de la juventud”. Durante la última década de su vida, la frecuencia de sus clases, su asistencia a diversos congresos y a publicación de sus libros, pero sobre todo su callada labor de investigación y redacción, ayudaron a que Matthai finalizará cuatro obras de su serie “Pensar y Ser. Una síntesis prometedora del pensar presocrático y la filosofía hegeliana” Desafortunadamente, Matthai, como buen hombre del siglo XX, murió el día 27 de diciembre de 1999, dejando incompleta una serie. Ello, sin embargo no dejó incompleta su filosofía, que ya estaba terminada desde la publicación del Ensayo para una fenomenología metafísica. Los libros restantes (aquellos que ahondarían sobre los atomistas de Abdera, el pluralismo de Anaxágoras y la dialéctica de Hegel) únicamente aportarían más pruebas a favor de su reinterpretación de una parte de la filosofía occidental y de su metafísica, ya formada enteramente desde su Ensayo.
  Como filosofo-maestro que era primordialmente, su preocupación principal durante los días anteriores a su muerte física fue que se le permitiera seguir dando clases; de hecho, tenía pesadillas al respecto Pocos días antes de que falleciera, tuvimos que convencer al coordinador de filosofía para que fuera personalmente al hospital y asegurarle a Matthai que a pesar de su enfermedad conservaría sus clases de metafísica. Como el Talmud, Matthai creía que una persona que conoce la enseñanza y no la ensena es como “mirto plantado en el desierto” (Rosh ha shana 23ª). La filosofía no se adquiere, se transmite. Filosofamos en tanto contagiamos a otros, no antes. La generosidad de Matthai como maestro (nunca se impacientaba explicando las teorías más completas) se debía a que, nuevamente, estaba convencido de que hablaba a un salón repleto de réplicas suyas. “Matthai es muy bruto, por eso explico despacio”, o “a ver si de todos los Horst que hay aquí, aunque sea uno entiende y luego me lo explica”. Creo que en este mismo espíritu d enseñanza paciente fueron escritos sus libros y, sobre todo, sus textos más breves destinados a revistas o lecturas. Pero cuando Matthai era divulgativo no dejaba de ser complejo, tal como cuando era complejo no dejaba de ser divulgativo. El procuraba una filosofía difícil, esa es probablemente la primera dificultad con la que tendrá que enfrentarse el lector de sus artículos, ponencias o notas sueltas. Sin embargo, hay un indudable propósito educativo en toda su obra, aunque el siempre negaba la posibilidad de que la universidad o los libros pudieran “educar” a los individuos. (Como Kenneth Rexroth, otro furioso escritor anarquista, Horst Matthai sostenía que las universidades eran el lugar menos propicio para pensar). Pero a pesar de sus sonantes abjuraciones de la educación, en Matthai encontramos un pensar enamorado del hecho de hacer que los otros piensen.
  Frente a Matthai se tenían los monólogos más enriquecedores que uno pudo haber escuchado. Al contrario de los otros hombres, ante Matthai dialogar era una manera de empobrecerse la conversación. Lo mejor era escucharlo pensar en voz alta frente a nosotros. Esta circunstancia se debió no solo a que Matthai no tuvo dignos interlocutores sino que, además, su personalidad era impermeable a la comunicación con los demás. No es una casualidad que su metafísica tenga como uno de sus principios la “no mutualidad”; esa era una característica de su desenvolvimiento en el planeta. Matthai era a la vez amable y hosco. Baste esta polaroid.
  Una tarde encuentro a Matthai afuera de un salón de clases en un segundo piso. Estaba mirando detenidamente una cancha cercana, donde dos equipos jugaban futbol. Cuando me le acerque me dijo: “Los griegos hacían deporte porque sabían que tenían una mente que tenían que recubrir con un cuerpo hermoso, pero estos ¡estupidos! ¡¿para qué hacen deporte?!”. Matthai solía ser tan severo como paciente. No culpo a quienes los desconcertaba su personalidad: Matthai solía ser inexplicable y a veces daba otro sentido a los acontecimientos cotidianos. El mismo desprecio que tenía hacia la “humanidad” lo llevaba a buscar la conversación con algún estudiante (mujer, preferentemente) que veía pasando a solas. He podido comprobar como esos encuentros, a veces únicos, siempre resultaban inolvidables. Me ha sucedido que en un restaurante o una cantina, en una conversación común o en una lectura, menciono el nombre de Matthai y luego un desconocido se acerca con los ojos brillando: ”Una vez ese señor me dijo algo que nunca se me ha olvidado…”. Debemos considerar esta dimensión de Matthai: además de ser un autor notable, era un sabio mundano en toda la extensión de este título. Despues de conocerlo uno sabía que estaba frente a un individuo fuera de lo común.
  Aunque cada texto de Matthai es su propio contexto global, valdría la pena quizá recordar que cada uno de ellos debe ser leído dentro de su esfuerzo por retornar a una filosofía que postula  que: a) el mundo es un fenómeno individual, es decir, que la neuromentalidad (la conciencia), al percibir la energía atómica que constituye al universo, le da a esta forma de objetos y que, por lo tanto, el mundo exterior es una apariencia producida por el mundo interior de cada individuo. Si no hubiera una mente percibiendo al mundo, éste  sería una mera danza vibrátil de campos de energía informes. Todo lo que vemos somos nosotros mismos, literalmente. Esto ya lo habían afirmado las filosofías orientales antiguas y el idealismo occidental y ahora lo sugiere incluso la física teórica; b) hay instituciones y corrientes históricas que se oponen, en el presente, a que el conocimiento de que el mundo es un fenómeno individual sea aplicado a la práctica. Esos agentes son la iglesia, la ciencia, los Estados y la filosofía occidental cuando se ha supeditado a estas tres fuerzas, lo cual ha ocurrido muy frecuentemente; y c) cobrar conciencia de que el mundo es un fenómeno individual y de que hay fuerzas históricas que rechazan y ocultan esta sabiduría, implica hacerse responsable del mundo, el pensar y el lenguaje. Si el individuo le da forma al mundo, el es esos objetos los otros y el universo entero, por lo tanto, tiene que rebelarse contra las fuerzas que lo quieren convencer de que el solamente es parte del mundo, no el mundo entero. Cobrar esta conciencia es actuar o filosofar en pos del futuro anarquismo, después del colapso que necesariamente traerán los procesos de la macrotecnologia ecofobica, la opresión de los pueblos y la globalización económica. Este anarquismo según una de las pautas del pensamiento de Matthai, seria protagonizado por las mujeres, quienes son las únicas guías auténticas de la vida. Vemos pues, que lejos de ser un pensamiento académico o inofensivo, la filosofía de Matthai sirve de sus traducciones, filologías y puntos de vista para llegar a una filosofía que busca hacer una crítica radical de la religión judeocristiana, la ciencia moderna y los gobiernos de principios del tercer milenio. Sin duda alguna, Matthai era un controvertido metafísico feminista-anarquista.
  Aunque sus obras principales, a saber, Ensayo de una fenomenología metafísica (UABC,1995) Y Heráclito el obscuro (UABC,1987), en las cuales profundiza en su propia especulación y en sus aportaciones a la filosofía griega y europea, son sus dos obras maestras, también son relevantes algunos de sus textos sueltos, entre los que habría que destacar: “El tiempo en la filosofía griega arcaica y en las culturas indígenas americanas” (1992), en el que expone algunos avances de su investigación del tiempo en las cosmovisiones antiguas; “Filosofía y literatura” (1994), que sirve como texto básico de su defensa de la oralidad como vehículo supremo del pensar y de la escritura como forma de decadencia; “Amerasia. Una reflexión filosófica” (1995), en el que exploro algunas de las corrientes de la filosofía oriental y su pertinencia como paradigma para la neo metafísica en Occidente; esta monografía bien podría tratarse de un manifiesto filosófico. No hay que rezagar, tampoco, que la obra de Matthai es una fundamentación para una religión del tiempo (religión en su sentido profundo: religación; su teoría busca religarnos, re-unirnos con la experiencia del tiempo primordial).
  También es de gran interés un escrito más especializado: “ ¿Son compartibles el concepto de paidea de lo absoluto?” (1997), su disertación sobre el filosófema del absoluto en la filosofía reciente, especialmente en la del fenomenólogo, Husserl, aunque ahí mismo aprovecha para hacer algunas críticas pertinentes a varios sistemas filosóficos. Asimismo, creo que es destacable la obra oral de Matthai, donde comúnmente superaba su estilo escrito y explicaba más cabalmente sus conceptos. No es impertinente, por eso, incluir en esta edición de sus textos de divulgación una recopilación de algunos de sus frecuentes ocurrencias y aforismos orales, anotados durante el periodo 1995-1996.
  En muchos de estos textos cortos se encontraran micro investigaciones sobre el sentido de ciertas palabras. Siguiendo una parte importante de los metafísicos y poetas del siglo XX, Matthai tenía como tesis fundamental la decadencia del lenguaje y las lenguas: su pérdida de sentidos, su frivolización. Pero Horst Matthai veía una salida a ese desgaste  y una de esas soluciones era la recuperación de significados primordiales de las palabras. Así, en varios de sus artículos sueltos se ofrecen esas clarificaciones filológicas. El lector debe estar especialmente atento a ellas, ya que en el sentido que Matthai da a ciertas palabras está la clave de todo ese artículo y de toda su filosofía. Cuando Matthai aclara un término, no se trata de una curiosidad, de una “minucia del lenguaje”, sino de una clave esencial. Precisamente porque cada uno de esos vocablos contiene la sabiduría antigua (aquella que hablaba de un tiempo primordial, la infinitud de los mundos, el individualismo) es que basta con que sepamos el sentido original de uno solo de esos vocablos claves para recuperar la filosofía más poderosa. Basta que sepamos que significa verdaderamente “relación”. “protreptica”, “existencia”, “individuo”, “continuidad”, “praxis”, “absoluto”, “fenómeno”, para que ya sepamos y recuperemos todo. Si Anaxágoras decía que todas las cosas están en casa una (Matthai aprobaba fervorosamente esta tesis), podemos entonces, decir que en cada palabra están todas las palabras, en cada significado están todos los significados. Todo, pues, depende de no olvidar las palabras y significados primeros para poder recuperar su totalidad.
  Así, uno de los mejores reportes de lectura y ejercicios mentales que podría hacer el lector que repase los artículos de Matthai, seria elaborar un diccionario mínimo de palabras interpretadas por Matthai, siguiendo así una praxis sana: aquella de estimar la obra de los intelectuales por su capacidad efectiva de aclarar y redefinir ciertos vocablos, y no por su talento para ejercer exitosamente el método de la prolijidad aparatosa o la estética del descuido sistemático, tal como sucede en la crítica, la literatura y la filosofía contemporánea. Toda obra es solamente una colección de pormenores; por ellos, y no por otra cosa, son recordados los libros y sus autores. De las historias de las filosofías del nos quedan un puñado de anécdotas y conceptos; de los acervos de la literatura, un montoncito de aforismos y versos. De Matthai, creo, nos quedaran ciertas retro acepciones de vocablos, pequeñas citas que nos harán vislumbrar la enormidad de sus obras, la complejidad de su cosmovisión. Pero, al final de cuentas, a cada lector le toca elegir los recuerdos que tendrá de este o de cualquier otro libro. Lo importante es recordar que el intelectual es primordialmente un intérprete; las obras filosóficas o poéticas, desde un tratado hasta un haiku, valen por su cualidad de hermenéuticas concretas.
  Por este afán de volver al sentido de las palabras esenciales –tanto en sus tratados como en sus artículos sueltos-, queda muy claro que Matthai filosofa desde las palabras. Era un filósofo desde el lenguaje. Cada vez que quiere avanzar en su reflexión retrocede a un sentido antiguo, y cada vez que retrocede alza de nuevo el problema del sentido y la interpretación. (Para el únicamente puede interpretar quien se ha vuelto a espiritualizar). En un siglo que desconfió y acuso al lenguaje de desviar a la filosofía, esto es una rareza. Pero precisamente porque Matthai filosofo desde el lenguaje, es que volvió a la terca metafísica. Aquel que piensa desde las palabras y filosofa desde el lenguaje, se convierte en un metafísico. Esto que para los positivistas, ontólogos o analíticos (de los más rudimentarios a los más presuntuosos) sería un error, para Matthai era la más alta virtud. Filosofar desde los significados, ese es el significado de la filosofía. (Este fue el contrapunto de Matthai a la filosofía del siglo XX: volver al lenguaje para volver al sentido y la metafísica, aunque a esta filosofía la acusaron precisamente de no estar decidiendo nada, de ser metafísica, de usar el lenguaje a facor del sin sentido). Cualquier otra cosa es mera academizacion, mera anemia del pensar. En esta vuelta desde el lenguaje hacia la metafísica, Matthai fue profeta: en la filosofía del posmodernismo y sus secuelas, ya se deja ver el regreso a la metafísica. Es inevitable: el siglo XXI volverá a la filosofía especulativa, después del fracaso y desencanto de la filosofía antimetafísica y procientifica de la modernidad y su climático apocalíptico siglo XX.
  En cada uno de sus escritos de divulgación, Matthai repetía las ideas que fundamentaba más extensamente en sus libros. Consecuente con la idea de que cada partícula contiene al universo entero, escribía un artículo queriendo que fuera una síntesis adecuada de todo su pensamiento, de ahí que leídos en conjunto muchos de estos artículos puedan parecer repetitivos, pero ninguno de ellos puede ser acusado de monótono, académico o sumiso. Las tesis y definiciones de Matthai vuelven periódicamente en sus artículos porque cada uno fue concebido como unidad en sí mismo, como exposición sintetizada de su filosofía total, y cuando había una repetición explicita, se trataba de una insistencia sobre un descubrimiento que Matthai consideraba esencial. Si sus artículos son leídos por un conocedor de la historia de la filosofía, lo esperan algunos sobresaltos y disgustos. Si los lee un principiando, podemos asegurarle que aprender a leer estos escritos sueltos de Matthai es una de las mejores formas de introducirse en la telaraña del pensar. Los dos tipos de lectores, sin embargo, tienen que leerlos despacio, cuidadosamente, ya que en Matthai no hay enunciados diplomáticos o párrafos inútiles. Horst Matthai evitaba esos rodeos, equipajes y retoricas académicas o literarias que constituyen la burocracia de la actual escritura teórica.
  Antes de dejar que el lector se enfrente directamente con los escritos sueltos de Matthai, es relevante recordarle qe no tenemos que aguardar a que un autor sobresaliente muera para que se le reconozca. Lo que tenemos que esperar es que todos sus contemporáneos se pudran. Lo que estorba a los grandes artistas es su propia generación. Tambien, de paso, le estorban sus primeros lectores, sus primeros discípulos. Despues de su muerte y con la re publicación de sus trabajos, estamos ante la posibilidad de que las feneraciones venideras conozcan y revitalicen las ideas de ese pensador apátrida que fue Horst Matthai Quelle.
  Para casi todos sus adeptos y adversarios, Matthai fue simplemente un profesor pintoresco, un viejo que a pesar de ser simpático era alemán. Un anecdótico maestro de filosofía al que la UABC le edito cuatro libros con una misma fea portada (cuatro libros, por cierto, alejados de los temas trillados de las ciencias aparentemente sociales). El hecho de que muy pocos se dieran cuenta de la importancia de Matthai como autor y que significaba su obra, o es nada raro , por supuesto. También Lichtenberg fue considerado sencillamente un profesor divertido y derivativo. Nadie es profeta en su tierra (si no el profeta enterrado). Ese desprestigio e indiferencia, por otra parte, no le preocupo a Matthai. En ese sentido, fue un asumido intelectual periférico. En muchísimos monólogos suyos lo escuche aceptar que aborrecía a la raza humana. Las siguientes palabras del inventor del humor negro y enemigo de los científicos, Jonathan Swift, son válidas para Matthai: “ Siempre he odiado a todas las naciones, todas las profesiones, todas las comunidades, todo mi amor se dirige a individuos[…] detesto al animal llamado hombre, pero amo profundamente a Juan, Pedro y Tomás”. Horst Matthai murió poco antes de arribar el nuevo siglo y milenio al cual estaban dirigidos sus pensamientos. Sus escritos apenas empiezan a cobrar vida. Por eso, su muerte no debe preocuparnos, El verdadero problema es que sus alumnos, colegas y otros animales que rodearon a Matthai siguen vivos. El problema no es que a los grandes pensadores se les acabe la vida, si no que después de su muerte la cosecha de imbéciles no tiene para cuando acabarse. Eso es lo preocupante. 

Heriberto Yepez.


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