martes, 4 de abril de 2017

Decir y nada. Notas sobre la naturaleza anticivilizatoria del lenguaje.

DECIR Y NADA


NOTAS SOBRE LA NATURALEZA ANTICIVILIZATORIA DEL LENGUAJE.


Magia es el arte de utilizar arbitrariamente el mundo de los sentidos.
                                                                                 Novalis, Granos de polen
Cuando las cosas creadas por la magia son vistas como tales, no tienen
 existencia; tal es la naturaleza de todas las cosas.
                                                               Nagarjuna, Mahayana Vimsaka
Si siguiéramos el camino del lenguaje llegaríamos pronto a las cavernas. Algunas veces he pensado incluso que todas esas imágenes primordiales que tenemos sobre nuestro pasado más remoto no son reminiscentes de ningún estado efectivo por el que haya atravesado la evolución humana, sino que son las imágenes proyectadas, las imaginaciones trazadas por los deseos del lenguaje acerca de lo que más anhela en su futuro, de aquello hacia lo cual tendería si el destino del hombre fuera dejado a su decisión. Si dejáramos que el lenguaje nos condujera, este nos llevaría (¿de vuelta?) a las cuevas. Las palabras quisieran hundirnos en la mera relación orgiástica con las plantas y los animales, la noche espesa y los cielos abiertos. Las palabras como “cuidos”: relaciones animisticas con los entes.
  Si tuviéramos que asignarle al lenguaje un adjetivo que le correspondiera primariamente, este tendría que ser “animistico”. (Aunque tal adjetivación es, en cierto modo, impropia, ya que el lenguaje es, en sí mismo, el sistema de asignaciones, de sustantivación y adjetivación, y como Maimonides decía de su Dios y los nombres divinos: nombrar calificar aquello “que es”, es la posibilidad nominativa misma de reducirla considerablemente, de desvirtuarla. Ni el Dios de Maimonides debe recibir un nombre positivo ni el lenguaje puede tener adjetivos. Decir algo del lenguaje no es decir nada de él, pues se dice solo por medio del lenguaje y cuando el lenguaje dice algo de si mismo, se muerde la cola o escupe al cielo.) El lenguaje es una gran animística. Esto quiere decir, primero, que todo el lenguaje se funda en la existencia de las almas. Con este hecho fundacional bastaría para anular toda tentativa de querer sacar al lenguaje de su dominio religioso. El lenguaje es la expresión del sentimiento religioso de mujer y varón. Hablamos porque somos seres religiosos: nos queremos religar con todo, y las palabras son esas religaciones con las que nos reunimos con las cosas. Las palabras son la religión más antigua.
Es a esta primigenia (o hipotética) propiedad mágica del lenguaje a lo que se refiere la chamana esquimal (angakkok) Nalungiaq, ella misma, rememorando un estado ya perdido:

AL PRINCIPIO
Al mero inicio del Tiempo,
Cuando los humanos y los animales vivían en la tierra.
Una persona podría convertirse en un animal si quería
Y un animal podría convertirse en un ser humano.
A veces eran personas
A veces animales
Y no había gran diferencia.
Todos hablaban la misma lengua.
Ese era el Tiempo en que las palabras eran mágicas.
La mente humana tenía extraños poderes.
Una palabra dicha al azar
Podía tener extrañas consecuencias.
Repentinamente las palabras cobraban vida
Y lo que la gene quería que ocurriese ocurría.
Todo lo que tenías que hacer para conseguirlo era decirlo.
Nadie puede explicar esto
Pero así es como era.

¿Cuál es la función original del vocablo? Cumplirse. Los esquimales definían el canto-poesía como “palabras mágicas”. A este chamanismo lingüístico también aluden varios libros sagrados como el Génesis y el Popol Vuh cuando recuerdan que el mundo fue creado gracias a la enunciación de la palabra; la existencia como resultado del verbo. Aún las religiones – como el budismo ascético- que creen que el lenguaje está engañándonos (creando pseudo entidades, persuadiéndonos de la identidad individual de los objetos), reconocen que el lenguaje es el responsable de la manifestación de los seres. Los budistas llaman maya a este poder mágico del lenguaje. En la actualidad, maya es tomado como sinónimo de engañó. Pero originariamente esta palabra significaba “magia” y no poseía las connotaciones negativas que el budismo tardío (protocristianismo) le diría. El mundo era mágico porque aparecía por virtud de las categorías lingüísticas.
  El mismo Popol Vuh, reescrito como estrategia para conservar la antigua palabra en medio del cristianismo, rememora un tiempo (análogo al que Nalungiaq describe) en que el entendimiento humano era perfecto y el lenguaje estaba compuesto por palabras iluminadas”:

Los pensamientos llegaron a existir y fijaron su mirada; su visión llego de una vez. Miraron perfectamente, conocieron perfectamente todo bajo el cielo cada vez que miraban. En el momento que voltearon y miraron alrededor del cielo, en la Tierra, todo lo vieron sin ninguna obstrucción. No tuvieron que caminar para poder ver todo debajo del cielo; simplemente se quedaron dónde estaban. Mientras miraron, sus conocimientos se volvieron intensos.

Tal estado, sin embargo, se perdió. (“Se les cegó como cuando se respira frente a la cara de un espejo. Su visión vacilo”.) Aquí la caída no proviene de faltas morales del hombre sino de su pérdida de sentidos del lenguaje primordial, de su incapacidad para utilizar el lenguaje como instrumento visionario. En la cosmovisión de los mayas, la manera de recuperar tal estado es acudir al Libro del Consejo, el Popol Vuh. Además, habría que recordar que entre los mayas, los dadores de la vida crearon el mundo pensando, precisamente, en difundir el lenguaje; fue entonces que observaron que los animales no hablaban entre ellos ni proferían rezos a los dioses y decidieron crear a los hombres. La creación, según los mayas, se hizo para crear a alguien que pudiera contar los días de los dioses y orar por ellos. Se quería un ser narrativo-poético. Quizá no hemos dado la suficiente importancia a este mito, que nos revela que para algunas tradiciones el hombre fue creado para que preservara el lenguaje. Los judeocristianos creen que el hombre fue hecho por la magia divina para que poseyera la tierra; los mayas, en cambio, juzgan que fue creado para que sustentara las palabras en la tierra. Según esta tradición indígena, la magia divina fue utilizada para producir el lenguaje en el mundo. El hombre era tan solo el medio para cumplir ese objetivo. Por eso siguieron intentando crear un ser lingüístico, probando, primero, con los animales y después con los primeros ensayos fallidos (“Ya hemos hecho el primer ensayo de nuestra obra y creación, pero resultó que ellos no contaron nuestros días ni tampoco nos glorificaron”) Lo esencial era el lenguaje poético.
  El lenguaje se fundamenta en la facultad de comunicación entre almas a la vez que en la capacidad de reconocer la habitabilidad de espíritus en las cosas. Por esta habitabilidad espiritual es que las cosas reciben un nombre: el que corresponde al espíritu que se posesiona del objeto. Tener un nombre es tener vida. Para el lenguaje las cosas tienen vida y, por lo tanto, pueden recibir palabras para ser designadas y convocadas. Al ser designadas y convocadas se implica que tienen alma; al convocársele con otros, al ser usados estos nombres comunalmente, entonces las palabras vuelven a tener un propósito anímico pues sirven para que haya una comunicación intersubjetiva, entre dos o más almas. El lenguaje, basado en la posibilidad de nombras, arriada de una premisa propia de la brujería. El nombre, la posibilidad de que una cosa tenga un Nombre que le corresponda, es un supuesto de la magia. Y como el lenguaje está basado en un sistema de transmisión y empleo de nombres, este no puede ser sino sobre-naturalista. La gramática y las proposiciones no pueden ser sino los resultados posteriores de la fe. (La poesía como fe verbal.) El lenguaje es un sistema animistico. Algún día nos daremos cuenta de que nuestras lenguas no eran sino distintos sistemas de curación tradicional.
  El lenguaje es la representación de nuestro sistema de creencias mágicas más que el resultado del intento de representar lógicamente al mundo. Las palabras están más cerca de la piel de serpiente que de la cultura. El lenguaje es más supersticioso que racional. Esto, por cierto, es esencialmente benéfico y alentador para el futuro del hombre y las palabras. El lenguaje nos llevara de la lengua hasta la madre.

  Lo importante del lenguaje no es la adecuación perfecta entre palabra y realidad, porque esto no fue el propósito detrás de la creación de los vocablos. El nombre de las cosas fue descubierto porque servía tanto para designar como para transformar a las cosas. Suponer, entonces, que lo relevante es discutir la adecuación entre lenguaje y realidad es quedarse únicamente con una cara de la luna. Los nombres no son etiquetas sino poderes de las cosas y sobre las cosas. Las palabras como poderes. Lo fundamental es el poder de las palabras, el efecto mágico que induce en el que la dice o escucha. Esto lo vemos con nitidez en el diario placer verbal. El decir es más erótico que ontológico. El carácter sensible o representacional del lenguaje lo convierte, con prontitud, en símbolo carnal, sensual, y sus demás aspectos quedan en segundo plano. El lenguaje se torna, casi de inmediato, en instrumento de seducción. ¿El lenguaje como comunicación indiferente?, ¿los enunciados como descripciones objetivas de las cosas y los hechos? Por favor, no seamos ilusos. Las palabras se vuelven seducciones; es decir, invocaciones y encantamientos. Esto especialmente se observa en el uso oral y escrito del lenguaje (para dejar a los símbolos a un lado, por un momento) en las que la voz o la elección bien combinada de los vocablos puede surtir efectos extraordinarios.
  El poder de las palabras se manifiesta, sobre todo, en la influencia que ejerce sobre el comportamiento anímico de las personas. La palabras pueden llevar a la mujer y varón a la guerra o a la cámara, pueden llevar al convencimiento de la vida o de la muerte; las palabras pueden sonar porque pueden sanar, y viceversa. Lo importante, como sabían los budistas, es que las palabras tienen vibraciones y ellas afectan más que sus presuntos significados. Las palabras antes que comunicar sentidos producen emociones.
  La vuelta al lenguaje lo que esto realmente implica –puede revertir los procesos destructivos de la modernidad y la presente globalización. Allen Ginsber creía que cierto uso intenso del lenguaje podía alterar la conciencia; se trataba del uso hipnótico y alucinógeno de la voz y el cuerpo: “el lenguaje es puramente encanto mágico […] su función es ser solamente encanto mágico, o mantra, u oración…” (Words and Consciousness). Ahora que está de moda burlarse o refutar los enunciados de la contracultura, no podemos, sin embargo, desechar este recordatorio suyo: las palabras trastornan. Esto ya lo sabían los chamanes primigenios y hoy lo saben hasta los cantantes pop y los predicadores protestantes que conducen con su audiencia al entusiasmo, el  desmayo, el éxtasis, las lágrimas y la gran euforia.
  El uso de la “poesía practica” (Novalis) que altera la conciencia habitual indudablemente existe; es parte de la naturaleza mágica del lenguaje al que también se refería Artaud cuando explicaba el teatro de la crueldad como teatro de trances:
Propongo devolver al teatro esa idea elemental mágica, retomada por el psicoanálisis moderno, que consiste en lograr que, para curar a un enfermo, este asuma la actitud exterior del estado al que queremos conducirlo[…] Existe una manera de hablar que llama fuerzas a lo que hace nacer en el inconsciente imágenes energéticas, y en el exterior el crimen gratuito […] Propongo, entonces, un teatro en el que las imágenes físicas violentas sacudan e hipnoticen la sensibilidad del espectador, atrapado por el teatro como por un torbellino de fuerzas superiores.
  Es también a este estado al que conducen las practicas chamanicas, como la de la poesía curandera de María Sabina, quien confiesa en su autobiografía oral:” El lenguaje hace que los moribundos vuelvan a la vida. Los enfermos recuperan la salud cuando escuchan las palabras ensenadas por los niños santos [los hongos]”(Vida de María Sabina. La sabia de los hongos). La relación entre magia y lenguaje es natural. Ambas nacieron como técnicas para tener el poder sobre las cosas. El lenguaje y la magia son medicinas políticas, políticas medicinales.
  La práctica de un lenguaje de intenciones mágicas sobrevive, ocultamente, en las oraciones religiosas populares. La gente reza bajo el supuesto de que tales formulas ayudan a conseguir su peticiones; lo mismo sucede por ejemplo, con los encantamientos de la brujería popular latinoamericana hoy increíblemente vigente. Las clases baja, sobre todo, acuden a estos intermediarios para que se les instruya la técnica en que debe ser usado (repetido) el rezo o encantamiento que les devolverá el marido o el trabajo perdido, que les permitirá tener más salud o dinero. El lenguaje ahí es potencia, pura potencia magnifica. En estas prácticas la idea de la naturaleza hechicera del decir está intacta, aún más que en la tradición mántrica oriental o en las especulaciones de los poetas más intrépidos de la modernidad. Por eso, al principio de este escrito planteaba que si seguimos el camino del lenguaje pronto llegaremos a lo que en la actualidad son consideradas las creencias más vulgares del hombre.
  El retorno del decir a la magia es a lo que se refería Hermann Broch cuando decir que si la poesía de nuestro tiempo no procedía a convertirse en mito, iba dirigida a la ineludible bancarrota. (Este regreso a la función mítica es lo que Deleuze llamaría la invención de “un pueblo que falta”.) La función mágica del lenguaje es su función sanadora, su función mítica. El mito funda un tiempo primordial; el tiempo en que la función mágica del lenguaje es posible. La transformación del poeta en chaman, su posesión por fuerzas superiores a él es también a lo que se refiere Simone de Beauvoir cuando dice, en Final de cuentas, que un texto literario para ser autentico tiene que instalarse en una voz extranjera”. Es lo mismo a lo que se refiere Virginia Woolf cuando recuerda que al escritor no le interesa ser un escritor, pues la escritura es la trasformación del escritor en otra cosa. Lo que el escritor busca al escribir es dejar de ser un escritor; escribir no es un fin sino un medio. Esto es lo que distingue a unos escritores de otros; lo que distingue a unos escritores de otros; lo que distingue a Simone de Beauvoir de Andree Malraux. El modelo mágico de uso del lenguaje ha sido muy influyente. Creo que quien lo utilizo frontalmente como paradigma, en los albores del siglo XX, fue el poeta numerólogo Velimir Khlebnikov, quien proponía el lenguaje mágico como modelo a seguir por aquellos que querían cultivar una poesía compleja, que mezclara la lengua popular con las aventuras vanguardistas (algo que ahora llamaríamos “posmodernismo”):
Si tomamos las formulas y conjuros propios de la lengua denominada mágica, si se toma la lengua sagrada del paganismo y todos esos “chagadam, magadam, vygadam, pitzs, patz, patsu”) nos percatamos que se resuelven en un cortejo de silabas precisas, del que no puede dar cuenta un razonamiento sensato, y que aparecen como una lengua transmental (zaum) de habla popular. Además, se atribuye a esas palabras incomprensibles, esos sortilegios de hechicero, un poder todo poderoso y una influencia directa en el destino del hombre […] Así, el verbo mágico de las formulas y conjuros se niega a ser juzgado por el buen sentido prosaico habitual […] las fórmulas mágicas demuestran que no se le puede exigir a una palabra: “Se comprensible como un letrero”
Aunque no ha sido advertido sino como curiosidad, el modelo mágico del lenguaje ha sido esencial en el proyecto del decir alternativo de Occidente y Oriente. Khlebnikov lo formulo explícitamente como paradigma poético, pero esta idea ya está en casi todas las poéticas revolucionarias de la modernidad y en los poetas místicos de distintos siglos y sitios. Ante la vuelta al modelo mágico del lenguaje estamos en los albores de la poesía. La poética como técnica de encantamiento radical.
  Las formas de la poesía nacieron como recurso mnemotécnico y, al mismo tiempo, como sugerencia de aquellas estructuras verbales a las que los oyentes eran más susceptibles de ser afectados. Hoy creemos que el estilo es una decisión privada; olvidamos que el orden y la elección de las palabras obedece, consciente o involuntariamente, a la preocupación de como el escucha o lector se sentirá más conmovido por ellas. El estilista es un estratega, como el chamán, sabe cuándo hay que acelerar el ritmo verbal o en qué momento tranquilizarlo, cuando hay que repetir sentidos y cuando suscitarlos disimuladamente en el prójimo. El estilista es un técnico verbal que se sabe preparar un texto (oral o escrito) para ocasionar ciertos efectos en los otros. En esto se apoyaba la antigua retórica y su énfasis en el efecto del discurso sobre los demás. Nuestro uso del lenguaje obedece, en todo caso, a lo que en la fenomenología husserliana se llama intencionalidad. (El estilo no es esencialmente “subjetivo” sino intencional. Uno no acomoda palabras según nos parece que sonaran mejor sino a como suponemos que perturbaran al receptor. El estilo nunca es inofensivo.) El lenguaje es intencional, esto es, se refiere a un objeto diferente de sí. Palabra es persuasión. La palabra es la percusión persuasiva. El autor es un técnico de la persuasión. Nos quiere persuadir de la verdad de sus ideas o personajes, de la validez de su conocimiento o de la invalidez del conocimiento ajeno, nos quiere persuadir de la verosimilitud y belleza de sus pasiones o creencias. Trabajar con el efecto psicológico que tienen las palabras es la perspicacia (o clarividencia) del escritor. El uso de la palabra es un arte de la suscitación. El escritor no usa las palabras principalmente por su significado (si lo hace así, es un mal escritor), sino por la reacción que sus lectores tendrán ante ellas. Un texto induce al lector a cierto estado psíquico favorable al desarrollo de los sentidos del discurso. (El sentido de las palabras no nace antes sino después de sus efectos.) En la medida en que el lenguaje es intencional, es político (es un manejo de poder) y, por ello, es mágico. Lo intencional es lo mágico. Husserl, por cierto, argumentaba que la intencionalidad es la característica primaria de la conciencia.
  La idea de que la poesía procede de la magia parece inevitable. Ya la ha formulado el gran estudioso Mircea Eliade, la cita en sus últimas palabras de un largo estudio sobre el chamanismo:
Es muy probable que un gran número de “temas” o de motivos épicos, al igual que muchos personajes, imágenes y clichés de la literatura épica, sean en última instancia, de origen extático, en el sentido de que fueron tomados de las narraciones de los viajes y aventuras de los chamanes en los mundos sobrehumanos.
  También es probable que la euforia pre extática haya constituido una de las fuentes del lirismo universal. Cuando prepara su trance, el chamán toca el tambor, llama a sus espíritus auxiliares, habla un “lenguaje secreto” o “el lenguaje de los animales” […] Acaba por obtener un “segundo estado” que pone en movimiento la creación lingüística y los ritmos de la poesía lírica […] La poesía rehace y prolonga el lenguaje; todo lenguaje poético empieza por ser un lenguaje secreto, es decir, la creación de un universo personal y un mundo perfectamente cerrado […] Es a partir de las creaciones lingüísticas de este orden, llevadas a cabo por la “inspiración” pre extática, como los “lenguajes secretos” de los místicos y los lenguajes alegóricos tradicionales se han cristalizado posteriormente[…] Hay que mencionar también el carácter dramático de la sesión chamanica […] Toda sesión verdaderamente chamanica termina por convertirse en un espectáculo sin igual en el mundo de la experiencia  cotidiana.
  El modelo mágico o chamanico del lenguaje bien podría ser la fuente primaria de la poesía. Tal hipótesis, hay que subrayarlo, nos obligaría a replantear todos nuestros supuestos sobre la poesía, la literatura y el arte en general.
  Ahora, cada vez, seremos más conscientes de que nuestras visiones en busca del lenguaje han sido contrarias a su auténtica naturaleza. Venimos de una era encargada de creer que podía ser desnaturalizado y que la naturaleza podía ser controlada y, eventualmente, suprimida. Así, también quisimos someter las tendencias naturales (animisticas) del lenguaje mediante métodos de control lógico o semántico. Pero ya sabemos que estamos saliendo de una etapa en que se intentó domesticar los instintos delirantes del lenguaje, donde incluso se criticó, de manera radical, su estructura debido a estas tendencias inherentes. (Esto fue lo que hizo el neopositivismo:” cuidémonos de las tendencias naturales del lenguaje: el lenguaje es engañoso”.) Ahora nos toca reconocer y aceptar que el lenguaje no nos serviría, como ya lo demostró la historia, para las pretensiones de claridad. El lenguaje siempre, para bien y para mal, servirá a las fuerzas de la oscuridad. De la oscuridad ha salido, solo a ella nos puede conducir el lenguaje. Incluso en el lamentable caso de la toma del lenguaje publico mundo, por parte de la publicidad y la propaganda, se observa esta circunstancia. La propaganda y la publicidad son derivaciones de sistemas mágicos usados para propósitos fangosos; son magias negras o magias bajas, pero al fin, magias, y porque ellas recurrieron al corazón mismo del lenguaje (su índole mágica) es que pudieron tomar el control del destino general del lenguaje internacional.
  Ya que el lenguaje se originó en una etapa pre-científica del mundo, incluso fetichista, el lenguaje no puede ser sino la fuente de rebelión contra cualquier proyecta de racionalizar nuestra relación con el universo. Mientras el lenguaje sea nuestro principal modo de conocimiento y relación con las cosas, esta relación será irracional. De aquí la futilidad de todo intento de hacer “ciencia” con el lenguaje, ya que el lenguaje es necesariamente anticientífico: es la manifestación de un sistema ideológico mágico, primitivo, del hombre. El lenguaje es el remanente y la fuente de todas nuestras ideas primitivas, con el –gracias a los dioses- jamás alcanzaremos el “progreso”. Las palabras no pueden ser el instrumento para la ilustración del hombre. Todo lo contrario: en tanto la formación de la humanidad este fundamentada en el lenguaje, cada uno de nosotros será, de hecho, más salvaje más poético, más animalesco, más onírico y más mágico. Entre más nos dejemos llevar por las palabras estaremos, cada vez, más cerca de la tierra de las emociones y los sueños y más lejos de la casa de las abstracciones y las determinaciones. El lenguaje nunca nos hará sensatos. La sabiduría de las lenguas es su locura; sus conocimientos son sus supersticiones.
  La defectuosa adecuación entre lenguaje y cultura es la gran aportación de más de un poeta; Gary Snyder, por ejemplo ha definido claramente la condición apenas semicultural del lenguaje debido a su carácter eminentemente salvaje:
Las lenguas no son creaciones intelectuales de arcaicos maestros de escuela, sino un sistema natural “salvaje” cuya complejidad elude los esfuerzos descriptivos de la mente racional. “Salvaje” alude a un proceso de auto organización que genera sistemas y organismos todos los cuales están supeditados –a la vez que constituyen sus componentes- a sistemas mayores que también son salvajes, tales como un ecosistema principal o el ciclo del agua en la biosfera […] Por tanto, el lenguaje no impone orden en un universo caótico, sino que refleja su carácter salvaje […] La gramática no solo de la lengua sino también de la cultura y la civilización, viene de esa inmensa madre nuestra, la naturaleza.
Siguiendo lo que la postura hegemónica ha denominado “orden”, las lenguas no pueden sino desordenar el mundo y aumentar el “caos” en el planeta, pues en ello fueron creadas y para ello han sido conservadas. Dentro del sistema hegemónico actual, el lenguaje es un factor de desestabilización. El lenguaje no puede civilizar al hombre, es lo que se ha opuesto a que el proceso de civilización sea consumado. El lenguaje, ligado al chamanismo y la animistica, no podría servir a los propósitos civilizatorios, la consumación del progreso ha sido únicamente frustrada debido a las palabras. De hecho, solo se consumará el proyecto civilizatorio cuando sea erradicada la madre del lenguaje (la naturaleza) o este mismo sea dañado de una manera irreversible. Lo que resulta claro es que las palabras tienen amor al desorden y a lo salvaje. Y esto es lo que han detectado los matematizantes del decir durante la modernidad, que desde Descartes, pasando por Wittgenstein y llegando a la filosofía analítica y sus escuelas y secuelas, han buscado diferentes técnicas (más bien caricaturas) para domesticar los vocablos y su gramática para, así, ajustarlos al proyecto general de civilización de todas las entidades del mundo.
  Si el lenguaje tiene un origen natural y no cultural, no puede ser más que un contrapeso y enemigo de la cultura. El lenguaje no corresponde a la etapa de la civilización humana, por lo tanto, no puede sino oponerse a este proceso. Desde la modernidad y el ascenso del espíritu científico (una especie de brujería anti femenina), el lenguaje ha impedido la consolidación del nuevo orden mundial, pues en ese contexto el lenguaje es una fuerza reaccionaria, que no quiere olvidar su origen mágico ni quiere abandonar su brujería inherente. (Enfaticemos esto: no es casual que numerosos críticos hayan reconocido el impulso “retrogrado” de ciertos usos y prácticas del lenguaje poético.) El lenguaje es la pervivencia del mundo primitivo en el mundo moderno. No podría ser de otro modo. Mientras sigamos viviendo con y en el lenguaje, seguiremos siendo criaturas primitivas.
  Pero a pesar de la procedencia y función mágica del lenguaje, el proceso civilizatorio parece  haber ocultado esto. La civilización no ha debilitado al lenguaje. Lo que se ha debilitado no es el poder mismo del lenguaje sino la fe humana en este e incluso el mero conocimiento desnudo de que este poder existe. El desgaste de las lenguas al que han aludido tanto poetas y pensadores –de manera destacada el poeta pensante Heidegger- ha sido resultado no tanto del acto mermador del poder de las palabras y su debida interpretación sino al hecho de que el poder del lenguaje ha sido puesto bajo duda y la incredulidad reina en torno a él. Se desconfía del poder de las palabras y, por lo tanto, se ha dejado el manejo de este poder a los Estados y las industrias, quienes siguen utilizando, malversando, el poder verbal, la magia lingüística. Lo que necesitamos es clarificar nuestra fe en el lenguaje y, por añadidura, arrebatar el uso de su brujería a las entidades que ahora se aprovechan de ella con fines políticos y económicos. El lenguaje, estrictamente, está ileso. Tanto es así que mediante él se han vendido trillones de coca-colas y se han reelegido los mismos partidos una y otra vez durante decenios, Lo que hay que recordar es que el poder mágico del lenguaje no solo sirve para hipnotizar a las masas sino que, además, sus propiedades chamanicas deberían servir exclusivamente para la iluminación individual. El Decir como Magia, en su aspecto primordial, funciona como un sistema curativo; aún más allá de lo que Aristóteles implicaba cuando escribió del arte como limpia (catarsis); esto es algo que cada vez resulta más claro, a pesar de que el supuesto fin de los metarrelatos nos empuje a desconfiar de cualquier misión transcendental que queramos reconocer en la poética; pero la función está ahí y el que maneja la palabra debe correr el riesgo de proclamarse como brujo y curador, el es el único que puede arriesgarse, el único que ya no tiene ningún prestigio que perder, ¿qué banda humana ha sido más humillada que la de los poetas? El poeta es el único que podría atreverse a caer de nueva cuenta en el ridículo, a fracasar por enésima vez; es el único que ya nada puede perder, pues su destino mismo es incierto y solo mediante una medida desesperada (como la de convertirse en curandero de la tribu) puede sobrevivir su función,  puede alegar que su existencia sigue siendo necesaria y valida. El escritor es el único que podría creerse todavía curandero, revolucionario o “maldito”. Con esto se expone al ridículo a que lo someterá nuestra época, totalmente desencantada y burlesca, hipersensible al complejo de ridiculez. El artista es el único que podría arriesgarse a ser considerado un charlatán. Que así sea, y de ahora en adelante todos los que obramos con el lenguaje nos llamemos a nosotros mismos charlatanes. Podrán burlarse todo lo que quieran, pero la palabra está curando, atrayendo salud, volviéndonos otra vez hombres primitivos debajo del cielo. Sonar es sanar.
  La sociedad no puede dañar el lenguaje, puesto que lo antecede. Tanto la arque tipología de Jung como el innatismo de Chomsky apuntan a que el origen de las estructuras y contenidos del lenguaje están en el hombre antes de que el hombre llegue al mundo. Si el hombre alberga símbolos y una gramática de la que es inconscientemente, una estructura lingüística que procede a su nacimiento, entonces el lenguaje no pertenece a la civilización, a esa “evolución cultural” de la que el hombre moderno se ha enorgullecido tanto. Antes de estar en el mundo, la naturaleza ya dio el poder del decir al ser humano, lo único que tiene que aprender habiendo brotado en el planeta es como hablar con los demás, pero el lenguaje ya está en sus estructuras y, quizá en sus símbolos primordiales, como lo está en el resto de los seres vivos.
  El lenguaje es la fuerza a la que tenemos que recurrir para detener el ecocidio y la civilización en general, ya que pertenece a nuestra barbarie. (Hablamos y fantaseamos no porque tengamos una “mente” sino porque tenemos una lengua mojada que chasquea. Si un hombre está muerto de la cintura para abajo, el hecho de que conserve la facultad lingüística es lo que hace seguir deseando meter la lengua, como una víbora que vibra, dentro de alguna vagina.) Mientras el lenguaje exista, el humano será una criatura húmeda y nocturna, Por ello, todo lo que tenemos que hacer para resistir ser civilizados es no dejar de ensalivar reptilicamente nuestros vocablos. En definitiva, el cambio del lenguaje nos lleva de la lengua hasta la magia y su acto de magia principal quizá será, un día de estos, deshacer la civilización.
  Por último, un fenómeno que no debemos olvidar acerca de la naturaleza mágica del lenguaje: otra de las causas de la magia verbal es que el origen del lenguaje aprendido es femenino (maternal). El lenguaje humano ha sido desarrollado debido a la tradición femenina que lo transmite de una criatura a otra. Si no fuera por esto, el lenguaje ahora seguiría dormido. (Los varones, obviamente, no lo transmitirían a las generaciones posteriores.) El lenguaje ha sido conservado gracias a las adres que saben que al entregarlo a su prole, le están dando una fuerza tan poderosa como el amor o la leche. Son las mujeres quienes transmiten el sentido de las palabras, la relación de estas con las cosas, el arte de su combinación y de sus distintos juegos musicales, narrativos y metafísicos. Son las madres quienes, explicita o inconscientemente, hacen posible que el lenguaje procede, sencillamente, de su carácter simbólico (en cuanto algo se transforma en símbolo de otra cosa, adquiere poder sobre aquello que simboliza: ahí surge la magia) y la actividad simbólica primordial ha sido sostenida por la mujer, aunque luego esta actividad sea revertida contra ella.
  El poder de la madre sobre su hijo dura tanto que, en circunstancias normales, el humano vive más de una década (la infancia) en un estado de embrujamiento casi total, una etapa mágica regida precisamente por los poderes lúdicos del lenguaje. Se es un niño mientras uno está embrujado por las posibilidades de los vocablos. Si nos aferráramos al lenguaje, como los niños lo hacen, nunca dejaríamos de ser duendes. Se ha ocultado que el lenguaje es femenino incluso la lucha contra él es precisamente para masculinizarlo, eliminar de él lo que de suyo tiene de uterino, tal cómo hemos olvidado la relación entre la edad mágica de la infancia y su concentración en el lenguaje. Los imaginarios del lenguaje han tenido origen femenino, aunque esto luego se haya ocultado durante este gran proceso de civilización de la humanidad y de humanización de la naturaleza. Quien conozca la fantasía humana, desde los mitos ancestrales pasando por los cuentos de hadas de Madame d’Aulnoy y hasta llegar a los relatos disparatados de Leonora Carrington, sabe con claridad que el lenguaje humano ha imaginado sus más intrépidas visiones gracias a la mágica mente femenina. En si, ¿no es acaso la literatura una sistematizada feminización del lenguaje?
  Quisiera tener más palabras que decir acerca de la naturaleza anticivilizatoria del lenguaje y de la naturaleza hechicera de toda enunciación, pero creo que el resto de lo que debe decirse hay que dejarlo al terreno de las revelaciones personales. Por ahora, solo cerremos el círculo mágico: si siguiéramos el camino del lenguaje llegaríamos pronto a las cavernas.




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