martes, 27 de febrero de 2018

Jacques Ellul

Ya no hay montañas ni playas desiertas. El hombre se encuentra en todas partes con el hombre. El sitio es limitado por ello cuanto más andamos, más se impone el codo a codo; ya no es posible la soledad en ninguna parte. No nos referimos siquiera a la soledad del descanso, sino a aquella, normal, que consiste en tener un espacio suficiente para vivir de otra manera que, en una celda, que en el encierro compartido de la fábrica. Trabajar y vivir exigen un espacio libre, un ≪no man’s land≫ que separa a los seres. Eso ya no existe. El hombre ha conocido siempre amplios horizontes. Siempre ha estado en contacto directo con lo ilimitado de la llanura, de la montaña, del mar. Incluso el hombre de las ciudades. La ciudad medieval, ceñida por sus murallas, se recortaba sobre la campiña de tal forma que el burgués había de recorrer quinientos metros para llegar al recinto, desde el cual, bruscamente, se extendía el espacio neto y libre. El hombre actual solo conoce un horizonte limitado, una dimensión reducida; el lugar de sus movimientos, pero también de sus ojos, se restringe y si en el taller sus movimientos están estrechamente limitados por los del vecino, cuando se despierta su mirada choca con la pared de enfrente que le oculta el cielo.

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