miércoles, 8 de noviembre de 2017

Reestudiando el Oeste.




Reestudiando el Oeste
Tal y como Márquez y Fuentes nos han ligado al laberinto mágico de la his-
toria moderna de América Latina, Misrach se ha convertido en un guía turís-
tico imprescindible del reino apocalíptico que el Departamento de Defensa
ha construido en el desierto oeste. Su visión es singular, Cantos del Desierto
tiene una afiliación importante en un movimiento de fotografías de paisajes
politizados en el Oeste, que ha convertido a la destrucción de la naturaleza
en su tema principal.
Sus distintas separaciones a lo largo de los últimos quince años, inclu-
yen a la llamada Nueva Topología de mediados de los setenta (Lewis
Baltz, Robert Adams, y Joel Deal),17 seguida rápidamente por el Proyecto
de Estudios Refotográficos (Mark Klett y colegas)18 y después, en 1987,
por el explícitamente activista Gremio de Fotógrafos Atómicos (Robert
Del Tredici, Carole Gallagher, Meter Goin, Patrick Nagatani y doce
más).19 Si cada uno de estos momentos ha tenido su propia virtud artísti-
ca (y la pretensión de la misma), comparten también una estructura
común de consignas revisionistas.En primer lugar, han lanzado un ataque frontal a la hegemonía de Ansel
Adams, el pope muerto de la «escuela Sierra Club» de las fotografías de la
«naturaleza como igual a Dios». Si era necesario, Adams modificaba sus nega-
tivos para eliminar cualquier evidencia de presencia humana de su perspecti-
va de naturaleza apoteósica.20 La nueva generación ha desarmado claramente
este mito de la naturaleza virginal, aunque esté puesta en peligro. Han recha-
zado la división maniquea de Adams del paisaje dividido entre «sagrado» y
«profano», que «deja a las ya alteradas y deshabitadas zonas de nuestro terri-
torio, peligrosamente expuestas a una explotación fuera de control».21 En cam-
bio, su Oeste es un paisaje irrevocablemente social, transformado por el milita-
rismo, la urbanización, la autopista interestatal, el vandalismo epidémico, el
turismo masivo y el ciclo de auge y fracaso de las industrias extractivas. Incluso
en los «últimos lugares salvajes», las cordilleras lejanas y los cañones perdidos,
los aviones del Pentágono están continuamente sobrevolando por encima.
En segundo lugar, la nueva generación ha creado una iconografía alter-
nativa alrededor de ciertos objetos característicos, que anteriormente eran
«infotografiables», como escombros industriales, graffitis de piedra, sagua-
ros mutilados, caminos destrozados, revistas femeninas pasadas de moda,
metralla militar y animales muertos.22 Como los surrealistas, ellos han reco-
nocido el oráculo y las potencias críticas de lo ordinario, desechable y feo.23
Pero como los ecologistas, ellos también entienden el destino del oeste rural
como el basurero de la nación.
Finalmente, sus proyectos derivan su autoridad histórica de ese mismo
punto de referencia: el archivo fotográfico de los grandes estudios científi-
cos y topográficos del Oeste montañoso del siglo XIX. Efectivamente, la
mayoría de ellos ha reconocido la importancia del «reexamen» como estrate-
gia o metáfora. Los Nuevos Topógrafos, como su nombre indica, han declara-
do lealtad a la distancia científica y a la claridad geológica de Timothy
O’Sullivan (fotógrafo conocido por su estudio de la Gran Cuenca en los años
setenta), cuando enfocaron sus cámaras sobre los suburbios de las periferias
del Nuevo Oeste. Los nuevos fotógrafos «alentaron» la dislocación del pasadoal presente cuando usaron meticulosamente las mismas posiciones de las
cámaras de sus predecesores y produjeron el mismo escenario cien años
después. Mientras tanto, los Fotógrafos Atómicos, tratando de emular los
viejos estudios científicos, han producido estudios cada vez más precisos
sobre el paisaje tectónico de las pruebas nucleares.
Por supuesto, reexaminar supone una crisis de definición y es interesante
especular por qué la nueva refotografía, en su lucha por captar el sentido del
Oeste postmoderno, ha sido tan obsesiva con las imágenes y los cañones
del siglo XIX. No es porque Timothy O’Sullivan y sus colegas, como suele
imaginarse, fueron capaces de ver el viejo Oeste prolijo y virgen. Como
demuestran claramente las «fotografías» de Klett, ya en 1870, la mano sucia
del destino revelado estaba metida en todo el paisaje. Lo más importante fue
la integridad científica y artística con que los estudios confrontaron los pai-
sajes que, como sugiere Jan Zita Grover, eran culturalmente «ilegibles».24
Las regiones que hoy constituyen las «zonas de sacrificio nacional» del
Pentágono (la Gran Cuenca del este de California, Nevada y el oeste de Utah)
y su «periferia de plutonio» (la meseta Snake-Columbia, la Cuenca de
Wyoming y la meseta de Colorado), tienen en el mundo pocos paisajes análo-
gos. Los relatos anteriores acerca del Oeste de 1840 y 1850 (John Fremont, sir
Richard Burton, los estudios de los ferrocarriles Pacífico) estudiaron de mane-
ra detallada y ecléctica, y sin mucho éxito, las abstracciones populares domi-
nantes del «gran desierto americano».25 Por ejemplo, Nevada y Utah fueron
comparadas muchas veces con Arabia, Turkestán, Taklamakán, Tombuktú,
Australia, etc. Pero en realidad, las mentes victorianas viajaban a través de un
terreno esencialmente extraterrestre, muy lejos de su experiencia cultural.26
(Quizás literalmente, después de que los geólogos estudiasen las formaciones
lunares y extraterrestres por su analogía con paisajes sumamente parecidos a
las mesetas del Colorado y del Río Columbia-Snake.)27La audaz postura de los geólogos, los artistas y los fotógrafos que llevan
adelante los estudios, fue la de enfrentarse a esta radical «otredad» en sus
propios términos.28 Finalmente, como Darwin en las Galápagos, John
Wesley Powell y sus colegas (particularmente Clarence Dutton y el gran
Carl Grove Gilbert) dejaron de lado un baúl lleno de prejuicios victoria-
nos para poder reconocer nuevas formas y procesos en la naturaleza.
Entonces, Powell y Gilbert tuvieron que inventar una nueva ciencia, la
geomorfología, para explicar el extraordinario paisaje de la meseta del
Colorado, donde muchas veces los ríos «antecedían» al altiplano y las
«gigantescas» montañas eran en realidad volcanes impotentes. (De la
misma manera, décadas después, otra revolucionaria en ésta tradición de
estudio, Harlen Bretz, tiraba por la borda la ortodoxia geológica uniforme
para poder mostrar que las gigantescas inundaciones de la Edad de Hielo
fueron las responsables de los extrañas lagunas hundidas talladas en la
lava de la meseta de Columbia.)29
Si los estudios «llevaron a las extrañas cúspides, a las fachadas de acan-
tilados majestuosos y a los fabulosos cañones, hacia el terreno de las expli-
caciones científicas» (apuntes del biógrafo de Gilbert), después «también les
dieron un sentido estético crucial» a través de fotografías, dibujos y narra-
ciones que acompañaron y expandieron los reportajes técnicos.30 Así,
Timothy O´Sullivan (quién ha fotografiado con Mathew Brady las campos
de la muerte de Gettysburg) ha abandonado el paradigma ruskiniano de las
representaciones de la naturaleza para concentrarse en las formas esenciales
y desnudas, de una manera que ha presagiado al modernismo. Sus «rígidos
aviones, las paredes gruesas aparentemente bidimensionales, no [han] tenido
ningún paralelo inmediato en la historia del arte y de la fotografía».31 Así
mismo, Clarence Dutton, «el genius loci del Gran Cañón», creó un nuevo lengua-
je para el paisaje —en gran parte arquitectónico, pero a veces fantasmagórico— para describir una dialéctica sin precedente entre las piedras, los colores y
las luces. (Wallace Stegner dice que ha «estilizado la geología»; quizás, dicho
de una manera más adecuada, la ha erotizado).32
Pero esta convergencia entre ciencia y sensibilidad (que no tiene un
homónimo igual en el siglo XX) también ha estimulado una mirada moral
del medio ambiente cuando este ha sido expuesto a la explotación. Sentando
un precedente al que muy pocos de sus descendientes han tenido el coraje
de seguir, Powell, el héroe de la Guerra Civil con un solo brazo, describió en
detalle, con una honestidad precisa, las implicaciones políticas de los estu-
dios occidentales en su conocido reportaje en las tierras de la región árida,
en 1877. Su mensaje, al que Stegner ha llamado «revolucionario» (otros lo
han llamado «socialista»), decía que la única salvación para la región mon-
tañosa era el cooperativismo basado en la administración y conservación
comunal de los pastos y los escasos recursos de agua. El capitalismo puro y
simple, da a entender Powell, destruiría al Oeste.33
Por lo tanto, los estudios no eran solamente otro episodio en la toma de medi-
das del Oeste como lugar de conquista y saqueo; por el contrario, eran un
momento autónomo en la historia de la ciencia americana, cuando las nuevas
perspectivas radicales crearon una utópica alternativa temporal para el futuro,
que luego se convirtió en el Proyecto W-47 y La Fosa. Ese punto de vista ya no
existe. Reclamando esta tradición, los fotógrafos contemporáneos decidieron
crear su propia mirada sin la ayuda del optimismo victoriano que condujo a
Powell a la sima del Colorado. Pero «reexaminar», si bien es una consigna reso-
nante, es también un mandato difuso. Para algunos sólo significó ver si las rocas
cambiaron de lugar después de cien años. Sin embargo, para otros han significa-
do peligrosos viajes morales a la profundidad de los paisajes de la Gran Bomba.

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